enero 25, 2013

Sabes que todo anda mal cuando puedes bajarte un pote entero lleno de chantilly sin sentirte culpable, cuando aún habiéndolo terminado quieres más. Te das cuenta de que las cosas no están bien cuando te encuentras nuevamente encerrada en el baño con el filo en mano intentando recordar ese sentimiento de bienestar que te solía causar ese pequeño instrumento metálico. Y de repente, todo pierde sentido, estiras la piel y lo dejas recorrer tu piel como tantas veces lo ha hecho. Sientes el frío del metal entrando en tu piel, ese ardor que invade tu cuerpo y cierras los ojos para proseguir. Repites el proceso un par de veces de cada lado y todo mejora, estás tranquila y ya no tiemblas más, todo parece recobrar su sentido. Miras tu cuerpo y te das cuenta de que las cosas no son como antes, ya no tienes miedo de pasarte de la raya, ya no tienes miedo de que se te escape el control. Pasas el dedo sobre las heridas como siempre, pero hay una en particular que no deja de sangrar, por más veces que presiones y pases por encima, las gotitas siguen brotando del corte como quien se olvidó de cerrar una canilla. Allí están, gorditas y brillantes como nunca antes, ese color rubí intenso que te llena los ojos y te hace imaginar todo tu cuerpo de ese color. No encuentras otra forma que presionar con un algodón, subir el pantalón e ir a sentarte, ignorando el dolor que invade tu cuerpo una vez más.

1 comentario:

Helen dijo...

me encantaaa tu entrada :) te pasas por mi blog y me dices tu opinion?? besitos desde lifelikesacinderella.blogspot.com.es